¡NO ME DOY POR VENCIDO!

Estoy seguro que en los primeros días de su caminar con Cristo, Pablo soportó tiempos terribles; y como muchos de nosotros, probablemente tenía la esperanza de que si tan sólo confiaba lo suficiente en el Señor, Él lo protegería de todo problema.

La primera vez que echaron a Pablo en la cárcel, por ejemplo, quizás clamó para ser liberado: “Señor, abre estas rejas. ¡Sácame de aquí, por la causa del evangelio!" De igual manera, su primer naufragio probablemente probó su fe en forma severa. Y su primera golpiza debió haberle hecho cuestionar la habilidad de Dios para mantener su palabra: “Señor, prometiste protegerme. No entiendo porque estoy soportando esta horrible prueba”.

Pero las cosas siguieron empeorando para Pablo. Las Escrituras ofrecen poca evidencia de que el apóstol encontrara alivio alguno a sus problemas.

Creo que para su segundo naufragio, Pablo debió haber pensado: “Yo sé que el Señor habita en mí, así que debe tener alguna razón para esta prueba. Él me ha dicho que todas las cosas les ayudan a bien a aquéllos que aman a Dios y son llamados conforme a su propósito [Ver Romanos 8:28]. Si esta es la forma en que Él va a producir una manifestación mayor de la vida de Cristo en mí, que así sea. Viva o muera, mi vida está en sus manos”.

Para su tercer naufragio, probablemente Pablo dijo: ¡Mírenme, todos los ángeles en la gloria! Mírenme, todos los viles demonios del infierno. Mírenme, todos los hermanos y los inconversos. ¡Me voy a hundir una vez más en las aguas oscuras y profundas y quiero que todos sepan que la muerte no puede tenerme!. Dios me ha dicho que aún no he terminado, y no me doy por vencido. No voy a cuestionar a mi Señor acerca del porque soy probado de esta manera. Yo solo sé que esta situación de muerte va a terminar en gran gloria para Él. ¡Así, que observen como mi fe sale tan pura como el oro!”
En palabras simples, nuestras situaciones de muerte pretenden poner fin a ciertas luchas personales. Nuestro Padre nos trae a un punto en donde nos damos cuenta que tenemos que depender de Cristo completamente, o nunca venceremos. Él quiere que digamos: “Jesús, a menos que Tú me libres, no hay esperanza. ¡Pongo mi confianza en Ti para que lo hagas todo!”.