LOS SECRETOS DEL SEÑOR
Mateo nos dice que Jesús hablaba a las multitudes con parábolas: “Todo esto habló Jesús por parábolas a la gente, y sin parábolas no les hablaba, para que se cumpliera lo que dijo el profeta: Abriré en parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo.” (Mateo 13:34–35).
Hoy en día a muchos cristianos las parábolas les parecen muy simples. Sin embargo, de acuerdo con Cristo, cada parábola contiene un increíble secreto. Existe una verdad oculta sobre el reino en cada parábola que Jesús mencionó. Y esta verdad es descubierta solamente por aquellos que diligentemente la buscan.
Muchos creyentes leen las parábolas superficial y rápidamente. Ellos piensan que están leyendo una lección evidente y por lo tanto, la leen rápidamente y siguen adelante; o también desestiman el significado de la parábola al no aplicarla a sus vidas.
La Biblia afirma claramente que hay secretos de parte del Señor: “Mas su comunión íntima es con los justos” (Proverbios 3:32). Estos secretos han sido desconocidos desde la fundación del mundo, pero Mateo nos dice que fueron ocultados en las parábolas de Jesús. Estas verdades encubiertas tienen el poder de verdaderamente liberar a los cristianos. No obstante pocos tienen el deseo de pagar el alto costo para descubrirlas.
Examine conmigo una de las parábolas del Señor.
“También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:45–46). ¿Quién es el mercader en esta parábola? De acuerdo con la raíz griega, este hombre era un viajero mercader de artículos al por mayor. Dicho comerciante también hacía avalúos. En otras palabras, su mayor ingreso provenía de evaluar costosas perlas por su calidad y valor.
Sabemos que Jesús es la perla de gran precio que este mercader encuentra. Él es muy costoso, tiene un valor incalculable pues el mercader vende todas sus posesiones para poseerlo. Creo que encontramos el valor de la perla en los propósitos eternos de Dios. Evidentemente, la perla le perteneció al Padre. El poseyó a Cristo como todo padre posee a su propio hijo. Inclusive, Jesús es la posesión más valiosa y atesorada del Padre. Solamente una cosa podría provocar al Padre renunciar a esta preciosa perla. Y él lo hizo como producto de su amor.
Cristo es el cofre del tesoro en el madrigal. Y en él, yo he encontrado todo lo que necesito. No hay más necesidad de tratar de encontrar un propósito en el ministerio. No hay más necesidad de buscar mi propia realización en mi familia y amistades. No hay más necesidad de construir algo para Dios, de buscar éxito o de hacerme sentir útil. No hay más necesidad de tratar de manejar a las multitudes o de probarles algo. No hay más búsqueda por agradar a la gente. No hay más intentos para razonar o pensar medios para salir de mis adversidades.
Yo he encontrado lo que he estado buscando. Mi tesoro, mi perla, es Cristo. Y todo lo que el Dueño requiere de mi es “David, te amo. Déjame adoptarte. Yo ya he firmado los documentos requeridos con la sangre de mi propio hijo. Ahora ya eres coheredero con él de todo lo que yo poseo.”
¡Qué oferta!. Yo renuncio a mis sucios andrajos de autosuficiencia y buenas obras. Hago a un lado mis zapatos rotos por tanto luchar. Dejo atrás mis noches sin sueño y deambulando en las calles del miedo y la duda. Y a cambio, soy adoptado por un rey. Esto es lo que sucede cuando busco la perla, el tesoro hasta que lo encuentro a él. Jesús le ofrece a usted todo lo que él es. Él le trae gozo, paz, propósito y santidad. Él se convierte en su todo -su caminar, su dormir, sus mañanas, sus tardes y sus noches.