SIGUIENDO LA SANTIDAD

La Palabra de Dios nos dice en términos muy claros: “Seguid…la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).

Aquí está la verdad, clara y simple. Sin la santidad que es impartida sólo por Cristo (ese precioso regalo que honramos llevando una vida devota a obedecer cada una de sus Palabras) ninguno de nosotros verá al Señor. Y esto no se refiere solamente al cielo, sino a nuestra vida presente también. Sin santidad, no veremos la presencia de Dios en nuestro caminar diario, nuestra familia, nuestras relaciones, nuestro testimonio o nuestro ministerio.

No importa a cuantas conferencias Cristianas nosotros atendemos, o a cuantos mensajes escuchemos, o a cuantos estudios Bíblicos asistamos. Si guardamos escondido un pecado canceroso, si el Señor tiene una controversia con nosotros sobre nuestra iniquidad, entonces ninguno de nuestros esfuerzos producirá fruto divino. Por lo contrario, nuestro pecado crecerá más contagioso e infectará a todos los que estén alrededor nuestro.

Por supuesto, este tema va más allá de las lujurias de la carne, y tiene que ver también con la corrupción del espíritu. Pablo describe este mismo pecado destructivo cuando dice, “Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor” (1 de Corintios 10:10).

Así que, amado santo, ¿permitirá usted al Espíritu Santo que trate con las lujurias que está usted albergando? ¿Buscará y confiará en el escape que Dios ha provisto para usted? Le exhorto a que cultive un temor santo y confianza para estos últimos días. Lo mantendrá puro, no importa cuán fuerte ruge la maldad alrededor suyo. Y hará posible que camine en la santidad de Dios, la cual contiene la promesa de su perdurable presencia.

Es un asunto de fe. Cristo ha prometido mantenerlo a usted sin caída, y darle poder para resistir al pecado - si usted simplemente cree lo que él ha dicho. Así que créale a él por este temor divino. Ore para recibirlo y acójalo. Dios cumplirá su Palabra. Usted no puede escaparse de las garras mortales del pecado acosador por medio de su propia voluntad, con sus promesas, o por ningún esfuerzo humano solamente. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6).