SÓLO PARA LA FAMILIA

“Entonces José se apresuró, porque se conmovieron sus entrañas a causa de su hermano, y buscó dónde llorar” (Génesis 43:30). Este es un cuadro del corazón de nuestro Salvador. 

Después de que José se convirtiera en gobernador de Egipto, sus hermanos estuvieron en su casa, comiendo y bebiendo en su presencia. Pero “…pusieron para él aparte, y separadamente para ellos” (versículo 32). Estos hombres estaban regocijándose en la presencia de José sin estar completamente restaurados, sin conocerlo realmente, sin la revelación del amor y de la gracia.

Podemos ser personas de alabanza que comen y beben en la presencia del Señor pero que no han recibido una revelación de Su infinito amor; el sentimiento de no ser amado todavía permanece. Este es el caso de los cristianos que van a la casa de Dios a cantar, a adorar y a alaban; y luego retornan a sus hogares, a la misma mentira de siempre: “Dios no me muestra ninguna evidencia de que me ama. Mis oraciones no son respondidas. Él no se preocupa por mí como se preocupa por otros”.

Había un paso final que los hermanos de José debían tomar antes de que se les pudiera dar una revelación completa del amor. Tal revelación es dada a aquéllos que tienen el corazón contrito y humillado. “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17). Los hermanos de José todavía no tenían el corazón quebrantado.

José ordenó a su mayordomo poner su copa personal de plata en el costal de Benjamín, el menor de los hermanos, antes de que ellos retornaran a Canaán. Los hermanos apenas habían salido de la ciudad, cuando fueron alcanzados por los hombres de José y acusados de haber robado la copa. Los hermanos estaban tan seguros de su inocencia que dijeron: “Aquel de tus siervos en quien fuere hallada la copa, que muera, y aun nosotros seremos siervos de mi señor” (Génesis 44:9). Ya no había más lucha en ellos. Ya no había orgullo. Estaban humillados y quebrantados mientras volvían al palacio de José.

Entonces vino la revelación del gran amor de Dios. “No podía ya José contenerse…y clamó: Haced salir de mi presencia a todos. Y no quedó nadie con él, al darse a conocer José a sus hermanos” (Génesis 45:1).

El mundo no conoce nada de esta revelación de amor. Dios habita con el humilde y el quebrantado de espíritu. Él se deleita en Su familia. ¡Descansa en Su amor por ti!