UNA VIDA DE COMUNIÓN
Multitudes de los hijos de Dios conocen poco o nada de una vida de comunión con él. ¿Por qué es esto?
Yo creo que aquellos Cristianos tienen un concepto triste, torcido del Padre celestial. Me recuerdo de la parábola del siervo que escondió su talento por que tenía una imagen torcida de su amo. Ese siervo dijo, “Señor, te conocía que eres hombre duro” (Mateo 25:24).
De igual manera, muchos creyentes hoy día piensan, “No es posible que Dios se agrade de mí, regocijándose y cantando enamorado. Le he fallado miserablemente a veces, trayendo reproche a su nombre. ¿Cómo podría él amarme, especialmente en los problemas que estoy enfrentando ahora?”
Yo creo que esta es una razón poderosa por la que muchos Cristianos no se acercan a su Padre celestial. Temen acercarse a Dios por que sienten que le han fallado de alguna manera. Todo lo que ellos conciben de Dios es que él es un fuego consumidor, listo para juzgarlos y condenarlos.
La pregunta para todos nosotros hoy día es, ¿Cómo no vamos a querer estar cerca de un Padre que nos escribe cartas de amor, que nos dice que anhela estar con nosotros, que está listo siempre para abrazarnos, y dice que sólo tiene buenos pensamientos sobre nosotros? A pesar de nuestras tonterías, al nos asegura que, “Satanás puede decirte que no sirves para nada, ¡pero yo te digo que tú eres mi alegría!”
Usted puede estar pensando, “Seguro que el señor no se regocija sobre alguien que está en pecado. No puedo esperar que él me ame si continúo en mis caminos pecaminosos.” Esta manera de pensar se acerca mucho a la blasfemia.
Sí Dios ama a sus hijos pero no ama al pecado. La Biblia dice que él reprende a cada hijo que continúa en iniquidad, pero él siempre lo hace con mucha pena. Después que él nos reprende, su Espíritu nos llena con un sentimiento de su indignación sobre el pecado.
A través de todo esto, el amor de Dios permanece sin cambiar. La Palabra dice, “Yo Jehová no cambio” (Malaquías 3:6). “del Padre…en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). “Dios soy, y no hombre” (Oseas 11:9).
El amor de Dios nunca fluye y luego decae como nuestro amor por él lo hace. Nuestro amor varía casi cada día, fluctuando de caliente y ferviente a tibio o aún frío. Al igual que los discípulos, podemos estar listos a morir por Jesús un día y luego abandonarlo y huir el próximo día.
Yo debo de preguntarle si usted puede decir, “¡Mi Padre celestial está enamorado de mí! El dice que soy dulce y amado a sus ojos, y yo le creo. Yo sé que no importa por lo que yo atraviese, o cuánto sea tentado o probado, él me rescatará. El me cubrirá a través de todo, nunca permitiendo que sea aplastado. ¡El siempre será amable y tierno conmigo!”
Así es como la verdadera comunión comienza. Debemos estar convencidos cada día del inalterable amor de Dios por nosotros. Y tenemos que mostrarle que creemos lo que nos ha revelado de su persona. Juan escribe, “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16).