EL AMOR DEL PADRE

Me pregunto, cuántos del pueblo de Dios pueden hoy día sinceramente clamar a nuestro bendito Señor diciéndole "¡Glorifícame contigo!" Tráeme a una afinidad. Anhelo estar más cerca, más íntimo. Mi amo, tú eres lo que yo quiero. ¡Más que señales y milagros, yo tengo que tener tu presencia!"

Escuche el ruego eminente de Jesús: "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo esté, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado, pues me has amado desde antes de la fundación del mundo" (Juan 17:24).

La gloria de la cual Jesús está hablando, tiene que ver con una clase de amor muy íntimo – un amor que no permite ninguna distancia ni separación del objeto de su afección. Un amor que desea una afinidad completa, una unión eterna. Este divino amor entre nuestro Señor y el Padre era todo lo más importante para él, y él esperaba con ansias aquél día en que todos sus hijos pudiesen contemplarlo con sus propios ojos.

¡Gloria sea al santificado nombre de Jesucristo por ese pensar tan glorioso! Cristo está tan gozoso con la gloria de su íntima relación con su Padre, que anhela traer a todos sus hijos al cielo para que la contemplen.

En realidad, nuestro Señor estaba orando, "Padre, ellos deben ver este glorioso amor que nos tenemos. Deben de ver por sí mismos cuán completamente tú te das a mí. Quiero que ellos conozcan cuán grandemente soy amado – desde antes que el mundo fuese creado"

¿No será asombroso cuando nosotros, los redimidos, seamos llevados a la sala del gran banquete de Dios, a la fiesta celestial, y se nos permita contemplar el amor del Padre para con su amado Hijo, nuestro bendito Salvador? Yo veo en aquél día glorioso la oración de nuestro Señor contestada, cuando él mire a sus hijos comprados por su sangre y gozoso proclame, "Vean hijos, ¿Acaso no es real? ¿No les dije la verdad? ¿No es verdad que él me ama tanto? ¿Han contemplado alguna vez un amor tan grande? ¿Acaso no es esto un amor perfecto? Ahora ustedes ven mi gloria, el amor de mi Padre por mí, y mi amor por él."

¿No ven ustedes santos de Dios, que contemplar la gloria de Cristo en aquel día, será la revelación para nosotros del amor de Dios por su Hijo? Qué gozo saber que servimos a un Salvador que es amado. ¿Y no es aterrador contemplar que Lucifer se desprendió de tal gloria? Él está sin amor, él no tiene padre. Sin duda, esta fue su pérdida más grande. Es la gran pérdida de todos los hijos de Satanás, existir sin tener noción ni sentido del amor de un Padre celestial. En contraste, los hijos de Dios son abrazados en afinidad con Jesús mientras estamos en la tierra. Dios nos ama de la misma manera como ama a su propio Hijo. Esta verdad debería hacernos entrar en descanso.