¡CONOCER A DIOS COMIENZA CON CONOCER A JESÚS!

Usted no puede conocer a Dios en plenitud hasta que usted vea a Cristo como Dios quiere que se lo vea. Jesús dijo: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14:9). Debemos ver a Cristo, no como lo enseñan los hombres, sino como el Espíritu nos lo revele, como Dios quiere que lo conozcamos y lo veamos.

Hay muchos libros en mi biblioteca acerca de Jesús, los cuales han sido escritos por buenos hombres. Pero, yo creo que muchos de esos hombres nunca han visto a Jesús como Dios desea que sea conocido. Aquí está como yo creo que Dios quiere que veamos a su Hijo: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación” (Santiago 1:17).

¡Jesús fue un regalo! Dios envolvió todos sus recursos en Jesús, “ha dado a su Hijo unigénito.” Cristo es el don bueno y perfecto de Dios para nosotros que viene del Padre. ¿Lo ve usted a Jesús como el regalo perfecto de Dios para usted? ¿Lo ve como todo lo que usted necesita para vivir gozosamente, victoriosamente, justamente, lleno de paz y descanso?

En el Antiguo Testamento, Dios le dio a Israel muchos maravillosos regalos en el desierto: Una nube para resguardarlos del sol del desierto. Fuego de noche para dirigirlos y que se sintieran seguros. Agua de una roca. Una rama para sanar las aguas amargas. Una serpiente de bronce para sanar a aquellos que habían sido mordidos por serpientes. Pero todas estas buenas cosas eran solamente sombras.

¿Quién era la roca de la cual salía agua? ¿Quién era el fuego? ¿El maná? ¿La serpiente de bronce? Todo lo que Dios hizo por Israel fue a través de Jesús. Así es – Jesús era cada uno de esos regalos. “No quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos pasaron el mar…y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de la roca espiritual que los seguía. Esa roca era Cristo” (1 Corintios 10:1-4).

Hoy día, tenemos mucho más que la sombra. Tenemos la verdadera substancia. ¡Tenemos al Cristo mismo! Y él vive en nosotros.